sábado, 30 de julio de 2011

FOBOS

Cuando uno realiza un seminario o un curso de entrenamiento teatral, usualmente se aconseja que la composición de un personaje comience con el ejercicio de imaginar un animal que represente las características de lo que se quiere expresar. Haciendo este ejercicio es más fácil pensar en movimientos, definir una postura, una forma de caminar, un gesto característico, un tono de voz, etc. Personalmente me da mucha risa hacer “la técnica del animal”, pero una vez lograda, se consigue un aporte extraordinario para armar esa mentira consensuada que paga para ver quien asiste a una obra de teatro. Y en definitiva ocurre que “somos eso que hacemos para ser algo diferente a lo que somos





Ellos vivían junto al departamento de Ingard, una madre soltera y ciega, o mejor dicho con una considerable reducción en sus capacidades visuales pero no invidente del todo.

Ingard había criado a su hija con la ayuda de sus padres, ya que nunca supo quien había sido el progenitor de la niña. A los quince años fue violada en un parque público durante los festejos del día de la primavera y como era ciega nunca pudo ni siquiera tener una imagen del aspecto de aquel sujeto…

Jamás se pudo olvidar de una tarde en su colegio secundario, cuando sus compañeras la increpaban preguntándole el nombre del padre de la criatura, y ella solamente pudo contestar: “no pude verlo…”

Actualmente, el destino había compensado un poco las cosas, porque aquella criatura que unos años atrás había trastocado toda su vida llegando al mundo, en este momento la cuidaba en su ciega vejez y resolvía una gran cantidad de problemas.



Pero no es la historia de Ingard de la que se ocupa este relato… sino la de sus vecinos: la de Gershom y la de Sira. Una joven pareja que a primera vista encarnaba el ideal de proyecto familiar en su etapa inicial.

Sira era una joven caracterizada por una cierta fobia hacia los perros. Ver un perro en la calle la paralizaba y le inspiraba un horror irracional e inexplicable. Sin embargo, ésta era sólo una parte de su extraño fenómeno. Ese mismo miedo inexplicable que en público la paralizaba, era lo único capaz de hacerle desarrollar la suficiente excitación para alcanzar el orgasmo en el sexo. Era una rara parafilia: una mezcla de zoofilia con una aberración extrema por los perros, como un bestialismo excitante y un pavor exacerbado al mismo tiempo. Esa rara mezcla, era para Sira, la única situación capaz de llevarla al más completo frenesí.

Gershom por años había sido el pequeño cómplice que Sira necesitaba para encontrar el placer. Más que un esposo o un compañero, era un medio que le permitía encontrar esa desesperante sensación que la llevaba al clímax. En todo lo demás, Gershom le era insignificante. Difícilmente Sira recordara su cumpleaños o conociera qué es lo que Gershom prefería en tal o cual situación.

En el departamento donde vivían, junto al de Ingard, habían ambientado cuidadosamente una de las dos habitaciones con que contaban tal como si se tratara de una perrera.


El empapelado estaba arrancado, los rincones de la habitación tenían olor a orín de perro, en medio de la habitación había una cucha de madera en forma de casa, cerca de la ventana había una lata con agua y alimentos, y una luz roja era la única fuente que iluminaba el ambiente.

Por las noches Gershom era conducido por Sira a esa habitación completamente desnudo. Encerrado allí comía y dormía igual que un perro. El muchacho se impregnaba de ese modo con los olores de un can y una vez que Sira entraba en su cama para dormir, Gershom salía de su encierro caracterizado como un animal.

Lentamente recorría toda la casa en cuatro patas, con una máscara de perro y olfateando todo lo que encontraba. Entraba en el dormitorio haciendo notar su presencia y saltaba de golpe sobre la cama donde dormía Sira, que ya para entonces temblaba de pánico. Una vez allí, se apoderaba de ella poseyéndola como un animal. Toda aquella representación teatral era la condición necesaria que llevaba a la mujer al máximo disfrute.

Gershom aceptaba una noche tras otra su papel de perro y cumplía con toda esta ceremonia. Indudablemente la amaba y buscaba complacer a su mujer. Sin embargo para Sira era solamente un instrumento.

No sé bien en qué momento Gershom comenzó a darse cuenta del desamor de Sira. Fueron muchas las situaciones que lo pusieron frente a la indiferencia de su mujer. La hija de Ingard cree que todo fue desde la tarde en que Gershom vio que Sira, a la salida de su trabajo, fue a un bar del centro con uno de sus compañeros. Esa noche Sira llegó muy tarde a casa y se fue directamente a dormir. O a lo mejor simplemente se cansó de ser nada más que un instrumento para los vicios de su pareja…

Lo cierto es que a la mañana siguiente Gershom despertó distinto y comenzó a ver los otros aspectos de su vínculo con Sira. Alguien una vez me dijo que la verdad es una figura geométrica con una infinidad de caras, tantas que cuando uno cree que las descubrió todas, seguramente aparece una nueva.

Como siempre ocurre, quien busca encuentra y Gershom pudo descubrir una cara más en la verdad de toda esta historia.

Una de esas noches en que Sira llegaba muy tarde, la increpó manifestándole que sabía de sus encuentros con un compañero del trabajo. Ella lo escuchó en silencio y cuando él ya no dijo nada, se dirigió hasta su bolso y sacó de allí un cinturón consolador. Con ese instrumento en la mano, le explicó a Gershom lo mucho que disfrutaba de las prácticas de Pegging y le preguntó si él quería complacerla en aquella preferencia que ejecutaba con otros hombres.


La primera reacción del muchacho fue el temor a perderla y entonces aceptó prestarse a otro de los juegos de su esposa, pero una vez en plena catafilia, sintió de golpe el peso de la diaria humillación que sin el menor reparo estaba recibiendo, tal como ocurría en cada cosa que ella pretendía hacer con él. En pocos segundos su mente lo puso frente a innumerables situaciones denigratorias y entonces lo que hasta ese momento era amor se transformó en otra cosa. Herido comenzó a imaginar que hacer con toda esa rabia que sentía hacia Sira.

Sin alterar nada de aquella rutina fetichista que le tocaba hacer, siguió cumpliendo su papel de perro en la pareja al pié de la letra. Su plan fue muy lento y cauteloso. Durante un mes entrenó tres perros en un galpón usando ropas de Sira para que los animales reconozcan su olor.

Preparó cada uno de los detalles hasta un día jueves, previo a un viernes feriado. Desde el desayuno Gershom le comentó que preparaba algo muy especial para la noche y le advirtió que llegara temprano.

Sira regresó al departamento en el horario que era habitual. Al entrar vio que en toda la casa había luces rojas, una música instrumental muy extraña y un olor de carne hervida como la que se le da de comer a los perros viniendo desde la cocina. Caminó hasta el dormitorio y se metió a la cama entendiendo el código de aquella ambientación. No tardó en aparecer Gershom caracterizado como de costumbre. Al subir a la cama ató las manos y los pies de Sira a los barrotes de la cabecera y del respaldo. Mirándola de frente se sacó la máscara y le dijo: “no soy tu perro”.

Sin más explicaciones Gershom se bajó de la cama, subió el volumen de la música, caminó hasta la cocina, buscó el caldo que estaba sobre el fuego y lo esparció sobre el cuerpo de Sira que no paraba de estrujarse entre las sábanas sin poder escapar de las ataduras.

Una vez que estuvo bañada en el caldo de carne, trajo a los tres perros que había encerrado horas antes en la habitación de al lado y los largó sobre su mujer.

Los animales se abalanzaron sobre ella y le despedazaron el cuerpo a mordidas. Sira sin poder defenderse y presa de su tremenda fobia no pudo hacer nada más que orinarse encima antes de morir entre las dentaduras de los animales hambrientos y eufóricos.

Gershom, simplemente cerró la puerta del cuarto, se vistió como de costumbre, tomó una valija con sus cosas y se fue del departamento.

Como la música era muy fuerte dos vecinos fueron a golpear la puerta y al no tener respuesta llamaron la policía. Después de derribar la puerta de entrada y del dormitorio, pudieron ver que sobre la cama yacía lo que quedaba del cuerpo de Sira que había sido arrancado en partes por los perros. Había pedazos de carne por el piso y los animales saciados dormían tranquilos en un rincón del cuarto.

La hija de Ingard pudo ver cuando sacaban embolsado el cuerpo de Sira y a los tres perros encadenados con bozales en sus hocicos.

A los cuatro días pudieron encontrar y arrestar a Gershom. Contó todos los detalles de cómo había planeado y ejecutado el asesinato de su esposa. En su declaración preguntó si Sira se había orinado encima antes de morir, después que le respondieron afirmativamente, aseguró sentirse orgulloso porque eso corroboraba que había dejado satisfecha a su mujer. Textualmente y con una sonrisa, declaró: “Es la mejor muerte que le pude haber dado”.