viernes, 3 de junio de 2011

Diablo, peronista y sabalero

Les escribo desde Santa Fe de la Vera Cruz, “Capital Mundial del Porrón”, pensando en que los días de primavera pierden su identidad muy rápido en estas latitudes y te hacen sentir, sin piedad, el agobio del verano a la santafesina.

Será por eso que uno se siente casi como palpitando el desenlace de una condena al infierno. ¿Qué hacer cuando se ha dejado de creer que puede ser posible”? ¿Qué le resta a uno cuando es consciente de su condena?

El condenado pierde el miedo, no espera nada, nada arriesga porque tiene la certeza de haberlo perdido todo. Gime en deseos llamando a su verdugo, anhela el fuego de la hoguera y se lamenta por el fin de la Santa Inquisición sobre la faz de la Tierra. “¡Qué terminen esto de una vez!”; ese es el único pensamiento.

Algo parecido le pasaba a Belial en su departamento de calle Pedro Ferré. Ya nada lo atormentaba y se sentía diablo. Casi que adivinaba mutaciones en su cuerpo que le confirmaban su nueva constitución. Ya no era hombre, era un diablo encarnado con todo lo otro a cuestas.

Belial originariamente no era un tipo malo, pero el beneficio del “buen natural de Rousseau” no es privativo de nadie y es común a todos. ¿Se habría degenerado viviendo en sociedad?... paradoja maldita y absurda la que dice que los hombres son buenos pero la sociedad es mala.

En sus tiempos de hombre solía ir a la cancha de Colón y regresar sin voz después de lanzar estridentes aullidos de aliento. El Cementerio de los Elefantes era un lugar de transportación efusiva alienante y masificadora. Incluso en las paredes de su departamento podía reconocerse algún que otro banderín con la fecha de los campeonatos ganados por el equipo sabalero.

También conservaba en una repisa, una imagen del General que sobrevivió a la Revolución Libertadora del ´55. Era una de esas que el General arrojaba desde el tren con el cual hacía sus giras por el país y donde se lo veía con un pulcro traje blanco.

Eran como las dos de la tarde, cuando Belial, consciente que todo estaba cumplido, se dispuso a fabricar el arma que podría darle fin a su presencia sobre la faz de la tierra. Sepan los distraídos, que los diablos encarnados y sueltos sobre la tierra tienen una única forma de regresar al infierno: aniquilarlos con un arma que ellos mismos hayan acuñado e incluir su propio nombre en una letanía de expulsión.

Primero pensó en un líquido venenoso, pero al final se decidió por una daga de acero con empuñadura de bronce. En eso estaba cuando un recado llegó a su puerta. Abrió el sobre infernal con ansiedad y en letras doradas leyó su misión antes de regresar al infierno. No era gran cosa, en el estado en que está el mundo, con un par de tentaciones estaría listo. Luego de ello, debería conseguir algún fanático religioso ansioso por los exorcismos que le clave su daga y lo libere de la tierra.

Con estas convicciones marchó hacia la dirección indicada en la carta, para tentar al pedófilo en potencia que era carnada de su misión en la tierra. Debía llegar hasta un templo jesuita y allí tentar a un ministro durante la confesión de un adolescente a fin de lograr que el primero desarrolle un deseo lascivo y pleno de excesos respecto al menor. Una vez generado el bajo instinto, crear las condiciones para propiciar un abuso.

Mientras caminaba, con su daga atravesada en el cinto, pensaba en la posibilidad de allí mismo conseguir la oportunidad de un exorcismo con la ayuda de algunos trucos bastante comunes: hacer llorar alguna imagen, emanar olor a azufre, realizar alguna aparición tenebrosa, hacer sangrar alguna estatua o hasta convertirse por un momento en un animal infernal.

Entretenido en esos pensamientos caminaba distraído. La tarde santafesina llegaba a su fin y las luces de las calles comenzaban a encenderse. En eso iba, cuando en una boca calle donde los faroles estaban quemados, fue abordado por un grupo de jóvenes con claras intensiones de robarle. De nada sirvió que Belial apele a sus trucos de demonio para conseguir librarse de los asaltantes. No reconocían el olor del azufre. El estado de desenfreno y alucinación en que estaban por los estupefacientes que habían consumido, hizo que no notaron su mutación a cabra de los oscuros infiernos. Ni siquiera percibieron cuando les mostró unas grandes llamas a su alrededor.

Le robaron todo, incluida la daga que podría sacarlo de esta tierra. Pero no contestos con dejarlo en calzoncillos en medio de la calle, lo golpearon brutalmente hasta hacerlo escupir sangre. Belial en su condición de diablo encarnado, no dejaba de sentir la flagelación a la que lo sometían sus asaltantes.

Como cierre de la golpiza, uno de los jóvenes puso al rojo vivo uno de sus anillos con un encendedor, y lo aplicó a modo de marca sobre las nalgas y los pezones de los pechos de Belial. La quemadura despertó un ardor que no le dejó percibir las escupidas que los asaltantes dirigieron contra su cuerpo antes de retirarse. Cuando los veía correr, recordó que ese día había partido de fútbol en la ciudad y, dependiendo de los resultados, los hinchas podrían hacer temblar las calles…

El estado de Belial era terrible. Desnudo, golpeado, quemado, sangrando, escupido y lacerado… Como pudo caminó intentando perseguir a los maleantes. Más que sus heridas le preocupaba recuperar su daga, era lo único que lo sacaría de este mundo… La misión ya no le importaba, a lo sumo sería condenado a penar un poco… pero él era un natural del infierno, su hogar era un eterno penar.

Había caminado un par de cuadras con mucha dificultad para permanecer de pié, cuando fue interceptado por un grupo de señoras mayores que corriendo en su auxilio se identificaron como “Las Honorables y Piadosas Damas de la Misericordiosa Cofradía para la Caridad con los Pobres, Indigentes, Abandonados y Perdidos-Perdedores de la Vida”. Justamente venían de escuchar una pomposa misa y meditar largamente sobre la parábola del buen samaritano.

Las Damas, sin parar de hablar ni un momento, condujeron a Belial hasta “La Salita de Asistencia a los Desprovistos de Nuestra Señora de la Promoción Comunitaria”. Una vez allí lo sentaron en un banco de madera y desde una gran caja con el rótulo de “Donativos de la Gente Bien para la Gente Mal”, sacaron una bermuda manchada, una remera de algodón algo estirada y un par de ojotas verdes descoloridas y sucias con alquitrán, que le pusieron para cubrirlo.

Vestido con las sobras desechadas por La Gente Bien, Belial recuperó algo de dignidad y se dispuso a usar alguno de los trucos para dejar secas allí mismo a las viejas insoportables. Pero fue entonces cuando las cosas se complicaron más. Una de ellas le ensartó por la cabeza un rosario al son de la jaculatoria de: “El Señor te colme de bendiciones y Ntra. Sra. De la Promoción Comunitaria te acompañe”.

Aquello era como un grillete para Belial. El gesto automático de la vieja neutralizaba todos sus recursos diabólicos, aquel aparatejo bendito lo dejaba desarmado. No podría hacer sangrar nada, ni mutar sus formas, ni crear aromas o imágenes para espantar… era literalmente un diablo disminuido a humano raso, común y silvestre. Belial se sintió aplastado como una mosca insignificante.

_“Bueno hermanito querido; - prosiguió la vieja, con gesto que lo invitaba a abandonar el lugar – usted ya fue asistido. Ya le enseñamos a pescar. Salga al mundo y pesque. Y que los peces que junte su red, sean para el Señor”.

_ “¡Marita, por favor no seas débil en la tentación! – agregó otra de las Honorables Damas - ¿Cómo se te ocurre desamparar a este pobre desvalido? ¿Qué va a hacer en la calle? ¿No lo ves? Es un imposibilitado de todo. Necesita de la caridad de sus hermanos. Propongo que lo mandemos a un Cotolengo para que pase la noche. Total tiene cara de tontito… yo creo que pasa. ¿Qué piensan Chicas?”...

Allí se armó una trifulca de discusión entre las Señoras, donde se cruzaban justificaciones y explicaciones, propuestas y contrapropuestas, alegatos y referencias a la biblia, yo, tu, el nosotros, vosotros y ellos… sobre todo “ellos”, porque el nosotros nunca tiene problemas.

Belial ya se estaba resignando a sufrir lo peor de la humanidad como su objeto de caridad, cuando sonó el celular de una de las viejas. Todas al mismo tiempo se abalanzaron sobre sus carteras sacando cosas insólitas de ellas. Hasta que la dueña del celular exclamó un victorioso “YO” con el teléfono en la mano.

_ “Hola, soy Bárbara. ¿Con quien quiere hablar?” – dijo la vieja con una mueca extraña en la boca, teniendo a todos como atentos espectadores.

_ “Cachi, hijito queridooo… ¿Por dónde andás mi amor? Mamá se siente abandonada con todo esto de la campaña… Te apoyo, pero ¿nunca nada para mí?… La opción por los otros no debe hacerte olvidar a quienes están más próximos… siempre lo dice el padre en la Iglesia… ¿Que necesitás qué?... Ah, un pobre para los afiches… Juntá alguno por la calle querido… Nosotras ahora tenemos uno acá y no sabemos que hacer… Ah, a vos te vendría bien. Bueno nene, venite te lo llevás, te sacás la foto y después nos vamos a tomar un copetín juntos… Dale, te espero, me encantaría…

La vieja colgó el telefonito y festejó con las demás cotorras haber cumplido su tarea. El Señor (baya uno a saber cuál) proveía una vez más con sus caminos muy, pero muy, muy misteriosos. Belial empezaba a estar absorto.

No mucho después llegó Cachi enfundado en un traje azul. Saludó a las viejas y se llevó a Belial. En la misma vereda, junto a un conteiner de basura se tomó algunas fotos donde él sonreía mientras Belial emulaba ser un cartonero entre los disparos luminosos de una cámara. Fueron unas doce tomas, incluso en una de ellas se sumaron Bárbara, Marita y las otras viejas.

Cuando la sesión de fotos electoralista terminó, Cachi le dio la mano, le dejó diez pesos y le recomendó votarlo para estar mejor en las próximas elecciones. Todos subieron a un auto, que Belial vio alejarse con los saludos de las viejas desde la luneta.

Era casi medianoche, estaba completamente destruido. Sin rumbo comenzó a vagar por las calles. Pensaba en las vueltas del destino. Esos que tentaba cotidianamente habían descargado su maldad a más no poder sobre él. Era un diablo víctima de los humanos. ¿Las personas son malas o es que encuentran las circunstancias propicias para serlo?

El amanecer de ese día lo encontró sentado frente a la Laguna Setúbal en completa enajenación, hasta huyendo de los humanos con el temor de volver a caer en manos de una brigada deseosa de asistirlo.



Fue esa mañana cuando me lo crucé. Salíamos de viaje por trabajo y como de costumbre el chofer usaba la salida de la costanera. Allí estaba, en un banco de espaldas al mundo. Atiné a hacerle un comentario al chofer sobre lo lamentable de la condición de ese hombre que veíamos mientras esperábamos que nos habilite el semáforo. El chofer sólo respondió: “Pobre diablo”.

Desde estos acontecimientos que les relato, Belial vaga entre las calles húmedas de esta capital santafesina. Con la ropa provistas por las viejas, con el rosario de la Marita que lo neutraliza colgando del cuello, con el aspecto abandonado de un indigente que despierta el ácido desprecio de algunos y la molesta piedad de otros. Sin sus banderines sabaleros, ni su foto del general. Su única esperanza es encontrar la daga que lo saque de este mundo.

Antes de ayer fui a una casa de antigüedades a comprar un reloj para mi nueva biblioteca. Me llamó la atención una daga con empuñadura de bronce que estaba tirada sobre la mesa entre un montón de porquerías. Pensé en un momento en Belial y en la costanera… pero esas casas son muy desordenadas y uno se dispersa fácilmente en sus pensamientos.

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