1) El llamado.
Había alcanzado la impunidad. ¿La impunidad?

No. La impunidad no, pero sí la estabilidad. En esas estaba cuando en la madrugada que inaugura el fin de semana irrumpió el llamado.
Como era tarde atendí sin mirar el número que aparecía en el display. Del otro lado nadie dijo “hola”. Como quien te conoce de toda la vida descuidó toda formalidad y descubrió su intimidad sin reseras. Se escuchaba un llanto contundente contra el cual alguien luchaba tratando de ahogarlo. El “¿quién habla?” se contestó con un “Yo”. Esa identificación resultó suficiente para disipar toda duda. Era el Yo con mayúsculas de mi vida que había vuelto a mitad de la última madrugada de enero. La conversación tuvo dos líneas más:
_ “¿Qué te pasa?”
_ “Vení a buscarme… Por favor…”
Allí se terminó. Un par de sollozos se oyeron antes de cortar. No pude seguir durmiendo. Tampoco devolví el llamado. No voy a ir (ni bosta, como dicen los cordobeses).
Aunque es bruja la perra, no sé como intuyó que en una semana viajo.
2) La impunidad y la audacia para decirte…

Hay personas que no creemos en el amor. O mejor dicho, creemos pero de una sola vez y nunca más. Como uno de esos bichos ponzoñosos. Con su veneno matan pero lo pueden usar una sola vez en la vida. Una vez usado se mueren o andan por la vida medio indefensos, disparando de los peligros y metiéndose bajo las piedras, sin tener encima eso que los hace tan temerarios.

Es así. Una vez y basta. Se entregó y se pierde. Podremos tener otras personas, pero estas nunca podrán tenernos a nosotros. Ya nos entregamos, no podemos volver a hacerlo. Lo que había se terminó. Nuestra “cosa” especial se fue por los caños.
Así duramos, cargando el no haber sido correspondidos en la entrega que hicimos, esperando la muerte para salir del mundo, sabiendo que no quedan oportunidades.
Podrá parecer detestable o despechado. Capaz que sí. Capaz que no. En todo caso, para el consuelo, nos otorga una nueva capacidad: ser intocables a los encantos de un nuevo frenesí, que nos dé igual, ser inmunes a volver a palpitar la espera de un encuentro, poder jugar al dominante con quienes se nos acerquen, no tener piedad, no sentir, despreciar la entrega amorosa del resto… “Eso” nunca más lo volveremos a sentir.
Podrá unirnos la lástima por el otro, pero eso que sentimos y entregamos cuando estuvimos juntos, cuando nos ponzoñamos uno al otro, no. Es más, nunca lo podremos recrear con otro ser. Me cagaste y te cagué. Nos cagamos y ahora te la tenés que aguantar como me la aguanto yo. Hasta que te mueras, esa es nuestra posibilidad de liberación. Sino podés matarte, a mí no me jode. Viva tampoco puedo tenerte. Al menos muerta y enterrada puedo llevarte flores sin tener que ayudarte a pensar una excusa para tu mundito. Si querés matarte, matate. Eso sí, avísame con tiempo, mirá que San Isidro me queda lejos y a contra mano para ir y encargarte una corona. Disculpá que en la cinta no va a decir nada. Explicar lo nuestro, nominar qué es lo que somos, es bastante complicado.
Y no me llames más por teléfono. No estoy. Cuando yo estaba vos te fuiste y ahora a la madrugada duermo (y sin soñarte).
3) Ensalada de cogollos de rosa. (El relato de la semana – leer con la necesaria independencia del resto)

Ensalada de berro, cogollos y pétalos de rosa, con trocitos de pollo, cerdo y camarones.
Las historias de hotel siempre prometen el sabor incontenible que invita a probarlas. La que quiero contarles tiene un poco de cierto y un poco de mentira y como en este oficio todo lo que se cuenta se hace entre líneas, queda a quien lo lee decidir qué parte es realidad.
Les llevó a las mucamas media hora dejar en condiciones la habitación 120. Apenas estuvo lista, hice entrar el equipaje con los botones y la ocupé con deseos de aliviar el largo viaje.
Siguiendo una de las extrañas manías que tengo, inmediatamente miré bajo la cama y allí vi un bulto que me llamó la atención y da origen a todo lo que voy a contarles.
Era uno de esos cuadernos de notas que regalan en algunos hoteles, donde uno escribe locuras que se le vienen a la cabeza. Por la letra pertenecía a un tipo. Los pocos escritos que se iniciaban con la fecha de hace algunos días, nunca daban el nombre ni los datos del sujeto. La caligrafía era hasta un poco infantil. Apretada, larga para arriba y estirada para abajo, con gambas estrechas y sin continuidad. Muchas veces nombraba a una tal Lía.

En lo que sigue pretendo resumirles lo que logré leer:
Primer día
“Llegamos muy cansados. Lía se tiró apenas entramos. Como siempre no habló mucho. Por momentos disfruto de esa forma de ser un poco esquiva, de otra forma creo que debelaría un misterio que me tienta permaneciendo oculto. Cuando se durmió me quedé contemplándola largo tiempo. Es una criatura llena de encantos.”
Segundo día
“Hoy recorrimos un largo trecho caminando. Como siempre ella se quedó callada y un poco distante. A la tarde prefirió dar una vuelta sola. Ignoro qué hizo, mientras tanto yo hice compras.
Reconozco que demoró un poco, no sé qué habrá hecho. Me basta que haya regresado y que al hacerlo demostrara satisfacción por el día que pasamos.”
Tercer día
“Lía durmió toda la mañana. A la tarde estuvimos juntos.
Noto que le resulta simpática a la gente. En el hotel saludó a algunas personas que hasta este momento yo no había advertido. Son detalles que me colman de admiración. Su encanto no tiene fin.”
Cuarto día
“Desde hace dos horas Lía desapareció. Dejó su celular en la habitación de modo que no sé dónde puede estar en este momento. Hay instantes en que el misterio comienza a desconcertarme.”
Quinto día
“Regresó entrada la madrugada, se bañó y se tiró a dormir desnuda. No me hizo la menor insinuación. Es como si no me hubiese notado durmiendo junto a ella.
Durmió toda la mañana. Por la tarde paseamos un poco. Espero que en las próximas horas no desaparezca nuevamente.”
Sexto día
“Anoche no desapareció, pero sí lo hizo hace un rato. Admito que ya no soporto las continuas desapariciones de Lía. Quisiera una explicación. Pero cuando las pido tengo el temor que uno de estos días no regrese.”
“Es de noche y muy tarde. Escribo encerrado en el baño. Lía regresó, se dio una ducha y se tiró a dormir boca abajo cubriendo sus nalgas tan solo con un pañuelo húmedo. No habló. Mañana pienso pedirle explicaciones al respecto.”
Séptimo día
“Por la mañana desperté y Lía dormía. Salí a caminar y cuando volví no estaba más. También faltaban algunas de sus cosas. ¿Habrá ido a algún lugar? Cuando regrese me va a escuchar.”
Octavo día
“Me dormí esperándola y no llegó nunca. En la recepción me contestaron que no sabían nada de ella. Ayer partió un contingente y arribó otro, pero ella figura aún registrada. Pienso ir a la policía.”
Noveno día
“La policía no fue de mucha ayuda. Lía no volvió. Pasé el día encerrado aquí dejando mensajes en el contestador de su celular. No me responde.”
“Son las seis de la tarde. Me llamaron desde la recepción del hotel para darme un sobre que uno de los huéspedes al dejar la habitación entregó para Lía.
Entré a la habitación y abrí el sobre sin pensar. Había allí un DVD que puse inmediatamente en aparato para verlo.
El DVD tenía dos videos caseros que me explicaron la razón de la desaparición de Lía y su comportamiento.
En el primero de ellos se la veía tirada sobre una cama en una habitación similar a esta. Completamente irreconocible para mí, pedía ser atravesada por un pedazo de carne.
Después de unos minutos escuchándola decir toda clase de vulgaridades, la cámara se quedó fija en un plano y se veía un tipo practicándole una brutal penetración. Ella se entregaba sin reservas y no paraba de reclamar una copulación mucho más brava.
Al terminar, se lograba ver la cara de un tipo y quedaba al descubierto uno de los huéspedes que ella saludaba a diario en el restaurant del hotel.
El segundo video mucho más lascivo que el anterior, se iniciaba con una sesión de sadismo dónde él le propiciaba azotes con un cinto sobre las nalgas, para luego de enrojecerlas al punto de sangrar, iniciar una penetración anal casi animalesca.
Cada detalle de lo vivido encontró en aquel video su justa causa.”
Décimo día
“Anoche miré los videos muchísimas veces. Al final me masturbé viéndolos y luego me dormí. Hoy preparé mis cosas y en un rato debo irme. Dejé sus cosas en el placar tal como las abandonó.
En cuanto a mis sentimientos, creo que…..”

Allí concluía. Una vez que terminé de leerlo, revisé el aparato de DVD y vi que estaba vacío. Fui entonces hasta la recepción del hotel y les dejé el cuaderno. Quien atendía, me comentó que este sujeto había dejado también ropa de la mujer que lo acompañaba. Me expuso además su hipótesis de una pelea conyugal. Según esta persona, estas historias eran más comunes de lo que cualquiera puede imaginarse.


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